28 diciembre, 2006

EL DIA DE LOS CULPABLES

"No es tan difícil hacer dinero cuando es sólo hacer dinero lo que se pretende..."

H. Mankiewicz y O. Welles en "CIUDADANO KANE" (1941)



Hoy es para mí un día especial.

La vivo como la fecha del aniversario de tu boda después de haberte divorciado de tu alguien a quien amaste… Durante muchos años fue el día menos divertido del calendario, el de mayor faena, y sin embargo el que más satisfecho me dejaba. El que hacía que no pudiera disfrutar de la nochebuena ni de la navidad porque el trabajo estaba por encima de todo. Joder que equivocado estaba. Menos mal que nunca vendí mi alma al diablo. Solamente se la alquilé por un tiempo…

Hoy, felizmente, me he librado de este día como de una ex esposa coñazo.

Día de los Inocentes. Nunca entenderé porque nos acordamos de los buenos, los niños que murieron a manos del cruel Herodes, y no del mamonazo que perpetró la masacre. Deberíamos recordar siempre a los cabrones, porque tener presente el mal que hicieron haría que no nos olvidáramos de que sigue vivo y de que hay que seguir alerta. El Dia de los Culpables, lo llamaría yo, y me dedicaría este día a perseguirlos con especial inquina... Sí, me declaro un ferviente seguidor de Simon Wiesenthal.

De la misma forma no entiendo por qué se dedica este día a hacer todo tipo de "inocentadas". Quizá para constatar que una parte importante del ser humano es el humor. Será por eso, que este día todos los tipos anodinos el resto del año, asaltan la realidad hoy para inundarla de gracietas. Las más de las veces, maldita la gracia que tienen ya que aquí tendemos a confundir broma con cabronada.

Los periódicos, que siempre se regodean en las malas noticias, insertan entre sus páginas una reseña falsa. Durante los 364 ejemplares anuales restantes muchas de sus misivas merecerían serlo pero hoy son sólo gilipolleces que gritan a la legua su falsedad… Y eso es lo que me irrita: la falta de imaginación en los supuestos engaños. Sí, ya sé que en nuestra sociedad es patente la carencia de imaginación pero es que hoy, como uno tiene que ser gracioso a la fuerza, se hace aún más evidente. Humor e inteligencia son términos que van, indefectiblemente, unidos y que definen a áquel del que proceden… Y es ahí donde vemos el auténtico nivel de este país.

Para un programa como Inocente Inocente, el 28 de diciembre era la fiesta mayor. Celebrábamos una gala repleta de famosos y, por único día en el año, no hacíamos bromas. Nos lo tomábamos muy en serio. Se montaba una gala benéfica en la que los más beneficiados por la sociedad hacían todo tipo de tontunas y donaciones para, supuestamente, todo tipo de causas benéficas relacionadas con la infancia. Ahí es donde quería llegar. Maratones benéficos televisivos. Términos contrapuestos y antagónicos. El negativo de Halloween. Si en esta fiesta anglosajona los niños se disfrazan de monstruos, en las galas benéficas los monstruos se disfrazan de niños… para pedirnos caramelos con forma de euros.

No contaré aquí todo lo que viví durante estas galas. El secreto profesional me lo impide. Sólo diré que lo que empezó siendo una fiesta para recaudar fondos para asociaciones infantiles, se convirtió en una Fundación sin ánimo de lucro que lo único que perseguía era acaparar la máxima cantidad de dinero a costa de lo que fuera. Y, por supuesto, el dinero era distribuido de la forma menos benéfica que se pueda pensar conforme a criterios políticos que me revuelve el estómago recordar. Había niños de primera y niños de segunda... y de tercera.

Antes del espectáculo: presiones para colocar en el espectáculo a supuestas amantes para promocionarlas convenientemente… Vetos a personajes sospechosos de delitos que luego se demostraron falsos… y sonrisas nerviosas mientras la cifra recaudada subía ya que, parte de esa suma, pasaría directamente a su bolsillo porque en esa gala benéfica él se llevaba un tanto por ciento de lo recaudado... Y después: jerifaltes desconocidos cuyo único interés en el asunto era salir en la foto, con las autoridades de turno, entregando un cheque con muchos ceros de lo recaudado en la gala. Responsables que no veíamos en todo el año y que figuraban como hacedores del bien universal. Eran como Papá Noel: gordos, sonrientes, repartiendo regalos que no se curraban y que, pasada la noche de la ilusión, no volveríamos a ver hasta la siguiente Navidad. Y hasta ahí puedo leer… que decía la famosa presentadora.

Miro atrás y me duele recordar. Lo que empezó siendo un programa de televisión hecho por un grupo de jóvenes, cuya edad media estaba en los veintitantos, y que sólo querían divertir a la gente, se convirtió en una marca para vender, para recaudar a costa de lo que fuera como un monstruo de Frankenstein insaciable que escapó a mi control. Me considero en parte responsable porque yo era el máximo responsable y el que hizo de un simple programa de televisión ese fenómeno social que hoy, que catorce años después, todavía es capaz de mover los bolsillos de la gente. Por eso me duele ver las promociones de la Gala “Inocente” de hoy en televisión. Yo no puse mi imaginación y mi trabajo para este fin. Como Nobel no inventó la dinamita para matar gente… pero es algo con lo que tengo que convivir cada 28 de diciembre. Y lo paso mal. Pero los fantasmas están ahí para caminar a nuestro lado. Es algo con lo que tenemos que convivir.

Hace un año, el dueño del invento me llamó para volver a reflotar ese Titanic. Solté una de mis ácidos comentarios y le colgué. Parece ser que lo ha intentado con otros pero nadie se atreve. Mejor así. Que se pudra en las profundidades. Pero, una vez al año, sacan a la momia del sarcófago, la visten con sus antiguas ropas y la hacen bailar para que la gente le eche monedas. No puedo evitar que algo se estremezca en mi interior con dolor de padre. Como si descubriera cada 28 de diciembre que un hijo biencuidado se ha convertido en un asesino en serie...

P.D Hacerme un favor: no deis nunca un solo duro para uno de estos malignos inventos televisivos. Sólo buscan tocar el sentimiento de culpa que nos invade en estos días que tenemos el estómago lleno, para llenarse ellos los bolsillos.

Miserables. Espero que algún día vuestros hijos, inocentes tambien, lo paguen. Sólo entonces creeré que Dios es justo. Mientras tanto seguiré pensando que también El saca provecho de la Navidad y sigue olvidándose de los más inocentes.


23 diciembre, 2006

CALVO Y GORDO

"Suerte que soy un hombre rico, que eso es una suerte..."

Tennesse Williams en "LA GAGA SOBRE EL TEJADO DE ZINC CALIENTE" (1958)



El día de la lotería.

El día de los sueños.

El día de la salud, lo llamaba mi padre, por aquello de que todo el mundo cuando sabe que no le ha tocado suelta el consabido: “bueno, lo importante es que tenemos salud”. Y esto me toca especialmente las narices porque uno es un enfermo crónico. Así que me apresuro a responder: “Será el que la tenga..."

El día de los imprudentes, lo llamo yo. Y es que la gente no sabe lo peligroso que puede llegar a ser esa jornada. No digo ya que te toque…

Y eso que un año estuve cerca, muy cerca, de que me tocara el gordo. Y no, no fue porque bailara una cifra del décimo que llevaba o que alguien me ofreciera una papeleta del gordo y que no la comprara… Eso serían historias vulgares. ¿A quién no le ha pasado algo similar…? Esta es una historia de película.

Todo comienza hace más de cincuenta años. Mi padre, un imberbe de 17 años, pasa por la puerta del sol una mañana y compra un décimo para el sorteo de Navidad. Lo mete en su bolsillo y se olvida. Una semana más tarde, los hados del destino premian el 15.640 con el premio extraordinario y, por arte de magia, mi padre se encuentra con no se cuantos millones en el bolsillo siendo un menor de edad. Parece ser que fue un hecho sin precedentes en la época. Fue entrevistado, incluso, por la estrella mediática (radiofónica, claro está) del momento : el gran Bobby Deglané. Era la persona más joven a la que le había tocado el gordo en la historia del sorteo. Un día de gloria inmortalizado en fotos en blanco y negro que todavía andan por el álbum familiar de mi madre. Funde a negro.

Rótulo: cuarenta años después. Abre de negro. Mi padre ha muerto. Trabajó en un taxi hasta el último día una media de catorce horas diarias para sacar a su familia adelante. No sé que fue del dinero. Supongo que mi abuela lo malgastó, o lo biengastó, pero desde luego no en mi padre…

Y ahí estoy yo. Un veintidós de diciembre, a mediados de los noventa… Me pilla trabajando en la tele, en el programa Inocente Inocente. Días de mucho trabajo ya que se avecina “nuestro día”, el de los Inocentes claro, en el que todos los años hacemos una gala benéfica, cuyos beneficios no son precisamente para nuestra salud. Llevo un décimo en mi cartera porque aunque no soy jugador, lo hago más como tradición familiar que por convicción.

Alguien llega diciendo que ha salido el gordo. No hago ni caso. Sigo a lo mío. Otro enciende una tele. No levanto la vista de mis papeles. Oigo de fondo la cantinela de los niños de San Ildefonso. Un niño canta el premio gordo. De repente la vida empieza a correr a cámara lenta. Desaparece el sonido y solo oigo cantar a los infantes del demonio… Levanto la cabeza y fijo mi vista en el monitor de televisión: el mundo queda desenfocado y sólo un número ocupa mi visión… Saco el décimo de mi cartera. Efectivamente. No es el gordo. El gordo ha vuelto a ser el 15.640 de mi padre…

Podría haber ocurrido que un día hubiera pasado por la Puerta del Sol y la voz de mi padre me hubiera susurrado que volviera a comprar ese número. Podría haberle hecho caso. Y podría ser millonario. Pero, mi trabajo quedaba muy lejos de la puerta del Sol. Mi padre nunca me susurró nada desde que murió, quizá porque las telecomunicaciones desde el otro mundo no están aún muy bien desarrolladas o porque no tienen por qué conocer allí el futuro, o porque no quiso que fuera millonario, quién sabe… El caso es que no lo compré. Entonces… ¿Por qué digo que estuvo muy cerca? Pues porque, queridos amigos, parece ser que cuando a alguien le toca el gordo, es costumbre, que esa persona en agradecimiento al número se abona a él de por vida (haciéndose con una serie entera el resto de su vida) y esa tradición pasa de padres a hijos. Y así, por primera vez en la historia de la Lotería de Navidad, el número del gordo se ha repetido y les ha tocado a los hijos de los afortunados de entonces. De esta forma, dos generaciones (incluso tres) fueron señaladas por la diosa fortuna dentro de una misma familia en un mismo siglo. Pues bien, mi abuela fue de ese tres por ciento que, parece ser, no se abonan… No se lo hecho en cara. Yo, a día de hoy, tampoco lo he hecho tampoco y como el número vuelva a salir, por tercera vez, mis hijos pensarán que hay un gen en esta familia que nos hace candidatos al Nobel de los idiotas… Pero no me abonaré. Y ¿Por qué?

Porque no quiero que me toque la lotería de navidad. Como lo oís. Lo digo completamente en serio. Es parte de una teoría que elaboré hace mucho tiempo y que conforme pasan los años enraíza un poco más dentro de mis convicciones. Y el día a día me da la razón.

Me explico. La teoría es la siguiente: estoy convencido de que la suerte no es un pozo sin fondo. La suerte es finita. Cada ser humano viene al mundo con unos “puntos de suerte”. Dichos puntos son gastados a lo largo de la vida conforme a decisiones y golpes del destino que hacen que “saltemos” de unas casillas a otras en este juego de la oca que es la vida. Pues bien, estoy convencido que si uno gasta sus puntos de suerte en jugadas banales e insustanciales, luego no la tenemos cuando realmente es necesaria… Ni que decir tiene que mucha suerte gastada en una jugada no proporciona la felicidad que creíamos obtener de ella y que un poco de suerte, muy poca, en momentos muy concretos de la vida puede inclinar la balanza de forma definitiva y darnos grandes réditos a largo plazo. Así que no es cuestión de tener mucha suerte en la vida sino de tenerla bien administrada. Conozco gente que gastó sus puntos de suerte en que le tocara la lotería y luego tuvo una enorme mala suerte el resto de su vida. Así que hay que saber emplear al suerte. Y no precisamente en que nos toque la lotería o hacernos con mucho dinero. O quizá sí. Pero me da miedo gastar todos mis puntos en algo que puede ser tan poco útil como el dinero. Así que no soy jugador de loterías y administro mi suerte en momentos muy concretos… Sí, ya se que es estúpida la teoría, pero… creo en ella. Y si observáis casos a vuestro alrededor comprobareis que es inquietantemente cierta.

A veces es mejor no desear… Todavía recuerdo con escalofríos como ese maldito calvo soplaba su “suerte” a los desvalidos viandantes sin saber lo que se les venía encima. Como si todos los sueños se pudieran cumplir con dinero… Como dijo Capote: “Hay más lágrimas derramadas por promesas cumplidas que por las no cumplidas”.

Así que andaros con cuidado porque el día un día, el calvo o el gordo, te pueden tocar a ti…


P.D. Por cierto, ministra, a ver si dejamos de llamar al premio dotado de una mayor cantidad económica como “el gordo”. Me parece peyorativo. Una ofensa a las personas obesas que pueden sentirse vejadas. El Gordo por allí, el gordo por allá. ¿No podría ser “el obeso de navidad”? ¿O “el premio suculentamente dotado en el sorteo del solsticio de invierno”? ¿Por qué el Gordo puede ser algo bueno cuando Gordo es malo el resto del año? ¿No es una incitación a la obesidad?

¿O, ya puestos, por que no hacer que todos los premios sean iguales? Me parece una discriminación impropia de una democracia que unos números sean agraciados, diferentes, mejores, en una sociedad en la que aspiramos al igualitarismo. ¿Por qué el número de un obrero tiene que ser menos que el de un constructor marbellí? ¿Qué forma es esa de “desigualar” la sociedad? Además, por lógica, los ricos tienen más posibilidades de ganar ya que habitualmente compran más lotería. Para ser realmente justo sólo deberían dejar jugar un número por persona. Eso sería democráticamente justo. Una persona, un voto: una persona, un décimo. Realmente, la lotería es un invento capitalista para crear nuevas desigualdades…

21 diciembre, 2006

LA MUERTE NOS SIENTA TAN MAL...

"¡La muerte no espera que estés preparado,
la muerte no tiene miramientos,

ni es justa!"

C. Nolan y D.S. Goyer en "BATMAN BEGINS" (2005)



La muerte está sobrevalorada.

Sí, sí. Le damos demasiado valor porque no le plantamos cara. Vivimos ajenos a ella, le damos la espalda como si se la hubiera inventado Ingman Bergman y es por eso que cuando aparece nos parece importantísima. No te digo ya si es la propia. Todo el mundo se da golpes de pecho y, es entonces, cuando nos preguntamos airados al cielo el por qué de su existencia. Incluso hay quién se hace el sorprendido. Pero desde que el mundo es mundo todo dios se ha muerto. Todos. Y lo digo literalmente. Incluidos Zeus, Isis, y otras muchas deidades de las cuales no queda ya ni el nombre. Es el feliz destino de existir, que un día vas y te mueres. Y sin hora previa como el dentista.

Sin embargo, en nuestros días el luto de lo políticamente correcto nos obliga a torcer la cerviz y poner gesto de cariacontecido como si nos afectara y la descubriéramos por sorpresa. Como vivo en España, ese sentimiento público se multiplica por diez, y a dicha situación añádense las loas al fenecido aunque en vida hayamos mentado a su madre cada vez que se ponía el sol. Pero una vez muerto el perro, maledicencias a la rabia. Aunque la rabia haya tenido las narices de llevar a cabo lo que muchas veces deseamos…

Viene al caso tal reflexión porque ayer perdieron la vida en un accidente de tráfico cuatro personas que iban en autobús a ver a su equipo, el Recreativo de Huelva, enfrentarse al Real Madrid. Durante gran parte del día se planteó suspender el partido de liga. Los periodistas hablaban de poca sensibilidad. El presidente andaluz aducía que no había ánimo de jugar, los merengues asentían circunspectos y los mandatarios de la Liga de Fútbol PROFESIONAL (nótese el matiz) asentían. Yo no salía de mi asombro. No puedo entender que porque hayan perdido la vida cuatro de personas seguidoras de tu labor profesional (que tienen todos mis respetos) uno deje de hacer ese trabajo. ¿Qué eran hinchas del equipo? Supongo que exactamente igual que muchos de los que pierden la vida en las carreteras un fin de semana… ¿Y si se hubieran matado volviendo del fútbol, habrían dejado de entrenar al día siguiente? ¿Acaso los jugadores conocían alguno de los finados para verse tan afectados física y psicológicamente? Es casi seguro de que no. Y aunque así fuera ¿por eso no pueden pegar patadas a un balón? ¿Pero no se les llena la boca otras veces diciendo son ellos son unos profesionales?

La situación a fuer de ser esperpéntica era estúpida. ¿Alguien se imagina que un día Antena 3 dejara de emitir su programación porque un autobús con espectadores para el programa de Buenafuente hubiera sufrido un accidente? No digo ya si se mata un trabajador de la cadena… ¿Se suspendería la programación? Pues es lo mismo señores. Un minuto de silencio por aquello del consabido respeto y a jugar, a dar espectáculo, a trabajar... Y dejen de comportarse como unos tiernos infantes inmaduros. Y no me llamen insensible… después de jugar el partido, que alguien con cabeza ordenó celebrarse, ninguno de esos esforzados trabajadores acudió a consolar a los familiares al tanatorio… ¡Qué falta de sensibilidad farisea!

Alguien debería haberles explicado a unos y otros que lo suyo es Show Business. Y que, gracias a pertenecer a ese mundo, cobran sueldos de infarto. No porque practiquen un deporte. Deporte hacemos todos con mejor o peor fortuna. Sino porque ese deporte hace tiempo que se convirtió en espectáculo de masas y los medios de comunicación han hecho de ellos unos semidioses. Así que deberían conocer unos y otros (esos presidentes que en muchas ocasiones son más protagonistas que los propios actores principales de este espectáculo) el primer mandamiento de este mundillo: “The show must go on”. Pero, como nuevos ricos llegados a esta finca, desconocen las normas de esta “comunidad de vecinos” y quieren saltarse la primera regla de la casa: El show debe continuar...

Todos conocemos historias de actores que, el mismo día que moría su padre , han salido al escenario de un teatro a ofrecer la función reglamentaria… En muchos casos, una comedia. Eso es ser un profesional. Ya lo cantaba Freddy Mercury: “Aunque por dentro mi corazón esté roto, el maquillaje debe mantener mi sonrisa…” Y así debe continuar.

Es la muerte señores. Nos asalta a la vuelta de la esquina. No avisa y nos pilla por sorpresa desde el principio de los tiempos. Pero somos tan soberbios que hace tiempo que pensamos que no puede alcanzarnos. ¡Como voy a morirme hoy si tengo partido! ¿No puede darme cita para otro día? Es que hoy tengo reservada pista de paddle ¡Ya podía avisar por sms y no presentarse así de improviso! ¡Qué falta de todo!

La muerte fastidia y es una lata siempre que llega. Nos pilla mal. A deshora. Nunca es el momento. Siempre nos sienta mal. Y si es la de los otros... ya ni te cuento. Que vale que la gente se muera, pero que no moleste. La muerte es algo puramente personal y no debe incordiar a los demás. Muérase usted de puertas para adentro. Porque si se hace de puertas para fuera hay que parar el mundo, y reflexionar. Y darnos golpes de pecho. ¡Oh, ha muerto! ¡No tengo fuerzas para nada...!

Insisto. Está sobrevalorada. Quizá alguien debería repetirnos como al césar tras una de sus victorias: “recuerda que eres humano… recuerda que has de morir”. Hay que convivir con la muerte como si fuera un vecino molesto, pero vecino al fin y al cabo que tiene su piso en el edificio de la existencia.

En cualquier caso, lo que no hay que hacer es suprimirla de nuestras vidas como pretende hacer una de nuestras ministras… Esta vez la genialidad le toca a la de Medio Ambiente: ha propuesto que las corridas de toros sean como en Portugal. Allí, se le hace al cuadrúpedo exactamente lo mismo que en las plazas españolas, con la salvedad de que en el último tercio, el de la suerte suprema, el torero al entrar a matar sustituye el estoque por un capirotazo en la cerviz del animal como símbolo de la espada que entra en su lomo… Y el toro a los corrales.

Muchos pensarán, y dirán como nuestra ministra, que así se evita la muerte del animal. Medida muy ecologista, muy europea, muy progresista... Nada más lejos de la realidad. Nuestra insigne encarterada ignora, u oculta, que en dichas corridas edulcoradas no se le perdona de esta forma la vida al toro. Una vez que se lleva a cabo la pantomima/representación, el bicho pasa a chiqueros y allí es apuntillado a traición por un matarife… eso sí, nadie presencia la muerte. Que el público no vea el espectáculo sanguinolento. Como no podemos evitar la muerte, la ocultamos. Como se le hace a los niños. No vaya a traumarnos.

Tiene razón la ministra. La muerte es la realidad. Pero es desagradable. Es retrógrada. Es facha. Es un asco. Es la jodía verdad… Pero ofende. Desagrada. Como la grasa de las hamburguesas. Debemos de darle la espalda e irnos a casa pensando que ese toro portugués, una vez salga por chiqueros, será recogido por una limusina blanca e irá directo al paraíso de los toros, donde beberá litros de cerveza rodeado de vacas de grandes ubres en una orgía bobina sin fin... Que bonito. Que idílico. Que basura…


13 diciembre, 2006

EL HOMBRE Y EL OSO...

"Un hombre valiente no teme a las fuerzas de la naturaleza.
Uno sensato se guarda de ellas..."

G.Goldman y D.Z.Weinstein en "GOLPE EN LA PEQUEÑA CHINA" (1986)



Acabo de ver una película titulada Grizzly man. Muy educativa. Es la historia de Tim Treatwell. Un tipo que amaba tanto a los osos que durante trece años se fue todos los veranos a la península de Alaska a observarlos y vivir como ellos. La cinta, de Werner Zerzog, es un documental con imágenes grabadas por Tim con su propia cámara de vídeo y entrevistas del director alemán a todos aquellos que conocieron al rubio aventurero. Tim amaba al oso grizzly, un bicharraco de más de tres metros de altura, con grandes dientes y enormes garras. Aparentemente tranquilo y pacífico, como los ositos de los cuentos, pero que puede decapitarte y devorarte en cuestión de minutos. Este hombre convivió con ellos durante muchos años, rompió las barreras que separan al hombre de la bestia. Como él mismo explica, el secreto era ser uno de ellos, gruñirles cuando se acercaban demasiado, demostrarles que tenían que tenerle respeto y miedo, como un plantígrado más… Increíble.

Si esto fuera una película de ficción, Tim habría convivido con ellos, su mujer y sus hijos hasta ser un anciano y habría ganado el premio Nobel de la Paz de los animales. Al recogerlo soltaría un discurso sobre la hermandad entre hombre y oso. La gente puesta en pie aplaudiría emocionada. Sube música fanfarria. Funde a negro. Fin. Pero como esto es un documental no acaba así...

¿El final de la historia?

Efectivamente, un oso se comió al idiota de Timothy. ¿Por qué? Porque Tim no era un oso, porque los grizzlys no le tenían respeto pese a sus gruñidos y porque la barrera hombre/animal nunca se rompió. Un oso, con más juicio que el Indiana Jones rubio, sabíaque no era uno de ellos y que sus gruñidos humanos eran más falsos que un Judas de plástico. Así que, ese oso que no soportaba al humano haciendo el oso, como es normal, decidió un día convertir al ecologista en su plato del día. La novia de Timothy fue el postre.

Perdónenme ustedes la crueldad del comentario pero el señor en cuestión no me merece ningún respeto. La Naturaleza que es muy sabia se traga a los estupidos y nunca mejor dicho como pudo comprobar Tim... Porque irse a vivir entre esas bolas peludas, pensando que son criaturas del Señor y parientes del Osito Misha, es de ser, además de un ingenuo, un estúpido. Simplemente. Y no admito la bondad como sinónimo de la estupidez.

Es la base del pensamiento Alicia, que tan bien ha definido el filósofo Gustavo Bueno, y tan de moda en nuestros días. Esa filosofía que propugna que aún no hemos salido del paraíso divino en el que Dios nos colocó y en el que todo el mungo es güeno, los animalillos son hermanos angelicales y la naturaleza, una madre sabia. Pues no, mire usted, como ya dijo alguien, "la madre naturaleza es una hija de perra". A la que hay que respetar, claro está, pero respetar no intimar, porque si no, te devora. Y sin ketchup ni nada, oiga.

Mire, para mí no ha habido mejor ecologista que Jacques Costeau. Nadie amó el mar más que él. Y nadie lo cuidó mejor. Pero siempre que bajaba a observar los tiburones blancos iba metido en una jaula… Lo que les pasa a muchos de estos ecologistas de nuevo cuño es que han visto mucho Disney y poco Nacional Geografic. Y eso, claro está, termina afectando al cerebro.

Yo, que me iba cabreando a medida que pasaban los minutos con la exaltación que hace el director de la estulticia humana disfrazada de bondad, he sentido alivio al ver aparecer unos cuantos señores con sentido común. A saber: el biólogo que cuenta con habilidad que para conocer a los osos no hay que vivir con ellos, simplemente. Hay que estudiarlos. Hay que leer sobre ellos. Hay que trabajar… Vamos, que el bueno de Tim era el típico caso de chico que mucho observar pero poco currar. Que mucho amor pero poca ciencia. Que mucho hacer el oso por el día pero que poco hacer el trabajo por la noche. Que escribía menos que el negro de Ana Rosa Quintana, vamos.

El segundo que da su opinión es un lugareño. De esos que si fuera extremeño llevaría boina y cayado. De los de pueblo-pueblo. Todos los tios de pueblo son iguales así sean de Cuenca o de Alaska. De los que no han estudiado pero que saben… todo. Uno de esos tipos que ha vivido, no ya los veranos, sino los 365 días del año junto a los grizzlies, como sus padres y sus abuelos y sus tatarabuelos… , y sabe desde pequeñito que con ellos no hay que tomarse confianzas. Que son animales salvajes. Que los osos de los cuentos son eso: cuentos. Y con una filosofía que muy bien le hubiera venido al bobo de Tim contesta con franqueza: “Quería ser un oso, actuaba como un oso. Pero nosotros aquí, en la isla de Kodiak, no lo hacemos. Es un error invadir su territorio. Actuar como un oso, como él hacía, es una gran falta de respeto hacia los osos y lo que ellos representan. Donde yo me he criado, en mi cultura, los osos nos evitan y nosotros a ellos, hemos aprendido que hay una frontera que tiene siete mil años entre ambos... impercetible, pero que cuando la cruzamos, pagamos por ello.” Cuanta sabiduría.

Después aparece otrode esos tipos de pueblo con mala baba (en plan yankee, con camisa de cuadros) sin complejos al que dirán, y políticamente incorrecto, al que le da igual que el pobre Tim esté muerto. Muchos dirían que habla sin ningún respeto. El, sólamente piensa que un imbecil es siempre un imbécil. Sea cual sea el estado vital en el que se encuentre: "Actuaba como si fueran personas disfrazadas de oso y no animales salvajes. Si duró tanto tiempo vivo fue porque los osos debían de pensar que era retrasado mental o algo así. Aquel dia el oso decidió que ya había aguantado bastante a Tim o pensó: a lo mejor está bueno si me lo como..." Vale, es salvaje, pero también salvajemente sincero. Hasta los osos tienen su anguante. ¿Se imaginan un oso haciendo el humano frente a uno día tras día? Realmente, Tim tenía que ser buena persona pero un poco inaguantable.

Cuando los hombres fueron a rescatar lo que quedaba del señor Treatwell, su reloj de pulsera "literalmente", abatieron a su gourmet a golpe de rifle. Esta es para mi la única parte trágica de la historia. La cadena se partió, como siempre, por la parte más débil. Tim no se comportaba como un humano y el pobre animal solo hacía lo que le dictó su instinto: alimentarse de carne, porque los biomanán todavía no están en la dieta de los osos.

Esto enlaza, casualidades de la vida, con unos carteles con los que apareció empapelado mi barrio el fin de semana . Las fotocopias pegadas en las paredes decían así: “Día mundial de los derechos de los animales. No al maltrato animal. No te los comas. Hay otras alternativas…”

Pensamiento Alicia nuevamente. Estoy a favor de que no se maltrate a ningún ser vivo, incluidas las zanahorias a cuyo caroteno en muchas ocasiones no se le tiene el debido respeto, pero de ahí saltar a "No te los comas…" Hombre, comerse a los animales no es maltratarlos... Dicha sugerencia es ir contra la naturaleza: el hombre es carnívoro. Se alimentó de animales que cazaba antes que de bayas o, mucho antes, de cultivar la tierra. Es carnívoro como lo es el león. Como lo es el tiburón. Como lo es el oso que se merendó a Tim. Y no pasa nada.

La Naturaleza, que es sabia y muy cruel (por si no lo han notado los ecologistas-alicia), no sólo permite sino que IMPONE que unos bichos se coman a otros. Ya sé que ahora me vendrán con el cuento de la sobre explotación de los mares y demás. Claro que sí, estoy de acuerdo con impedir la sobre-explotación. Pero el cartelito no hace referencia a eso. Hace referencia a que respetar a los animales es no comérselos, y no, mire usted. La Madre Naturaleza dice en su primer mandamiento: "Comeros los unos a los otros". No hay nada más natural que un león comiéndose a una gacela. Ya sé que no solo de carne vive el hombre. Hay otras alternativas, claro que sí, con las que también gozo muchísimo pero ¿por qué tienen que ser incompatibles? ¿Por qué sólo comer tempura y renunciar después a un chuletón poco hecho? O a un bacalao al pil pil si la sangre le da a alguno repelús.

¿No se dan cuenta que queriendo ser “naturales” consiguen ser de lo más “artificial”? Nada más antinatural que el hombre imponiendo sus reglas a la naturaleza. Intentan imponer una filosofía humana allí donde imperan unas leyes inmutables desde hace millones de años. Nuestra lógica, gracias a Dios, no es aplicable a la vida en el planeta. La realidad nos dice que el día a día en el mundo animal es cruel y destructivo. Una lógica que manda comer y evitar ser comido.

Eso sí, nosotros deseamos en nuestro buenismo, que todos los hombres, bestias y plantas suban juntos en buena armonía al arca de Noe y coman lechuga (si es que las lechugas no tienen nada que objetar) y se dirijan unidos hacia la puesta de sol. Allí, Dios nos abrirá de nuevo el paraíso terrenal, y todas sus criaturas viviremos en paz y armonía hasta el fin de los tiempos...

Vale, pero si a la entrada nos pone una tapita de jamón de pata negra, estoy seguro que la Eternidad pasará mejor…

12 diciembre, 2006

UNA DE FORD

“Nadie es un fracaso si tiene amigos”

F.Goodrich, A.Hackett y Frank Capra en “¡QUE BELLO ES VIVIR!” (1946)



Supe de él cuando tenía quince años. Ya entonces era una auténtica fuerza de la Naturaleza. Todos conocían al jugador estrella del equipo de balonmano del instituto que no hacía más que ganar títulos en las ligas interbarrios. Le hubiera odiado si el colegio hubiera sido mixto porque habría sido el típico tío que se las llevaba de calle por su físico y su sonrisa... Gracias a un amigo común nos conocimos. En la distancia corta era aún más odiable porque era un tipo adorable. Es lo que más jode cuando ves a un tipo alto y guapo. Que luego encima sea simpático y buena persona. Hubiera sido el perfecto prota de Grease, lleva un Danny Zucco dentro de él, pero en un centro concertado, a principios de los ochenta, sólo de tíos, la competencia era sustituida por el colegueo y no había lugar a esas envidias… Así que nuestra relación está sacada de las películas de John Ford. Compañerismo y camaradería a la antigua usanza…

Desde entonces hemos vivido muchas locuras juntos. Digo locuras porque nos hemos embarcado en bajeles que no llevaron a ninguna parte. O sí. Nos trajeron a donde ahora estamos… y eso ya es mucho. Recuerdo una noche, fatídica noche, en la que el Barsa de Cruyff había ganado la copa de Europa. Habíamos estado trabajando toda la noche rodando un spot en la mismísima Rambla de Cataluña. Dos madridistas como nosotros soportando la celebración culé toda la madrugada. Al alba, con todo el equipo recogido, nos fuimos a deambular por el barrio viejo de la ciudad, y por sus calles desiertas nos amaneció. Entramos en una cafetería y desayunamos rodeados por tipos que vestían la camiseta blaugrana. Y allí estábamos nosotros. En territorio comanche. Rodeados de “indios”, como en Centauros del desierto… Algo así, que duda cabe, une mucho.

Me saca dos cabezas de altura, así que para alguien como yo, más cerca del suelo que del cielo, da mucha seguridad tenerle siempre al lado. Un caballero de Rohan, sacado de su adorado Señor de los Anillos (una Tierra Media de la que salió y a la que volverá un día de estos), y pese a que el médico le acojona últimamente con nadedades como las transaminasas y los colesteroles, todavía soy capaz de imaginármelo vestido con cota de malla espada en mano. Como tuvimos la suerte o la desgracia de elegir la misma “cosa” para darnos de comer, le he llevado conmigo allí donde fuera. Es un perfecto lugarteniente. Porque me da estabilidad, porque es capaz de salirse “fuera” y poner los pies en la tierra. Porque no se corta en decir lo que piensa aunque las circunstancias sean adversas. Porque no tiene miedo al “que dirán”. Porque es un guerrero nato que nunca rehúsa el combate pero que suele resolver las pendencias a base de bromas y una cervecita. Eso sí, si hay que cortar alguna cabeza, está encantado de hacer brillar el acero. Porque tiene algo que apenas se lleva en nuestros días: sentido común y valentía. Dos conceptos que, si aislados con muy cotizables, son apenas inexistentes encontrar juntos.

Además es mi amigo ¡que carajo! Y cuando las cosas se tuercen siempre es bueno tener al lado alguien a quien poder volver la cabeza y entenderse con una mirada.

Este verano fue él quien me llamó para compartir aventura. Una aventura difícil y desconocida para mí. Complicada aunque él la plantease como una excursión por Lothlorien para descabezar unos cuantos orcos. Algo sencillo y divertido. Me engañaba… Ha sido duro. El bosque catódico ha cambiado mucho desde que yo no lo visitaba. Hay más bilis y menos honor. Más odio y menos sabor. Más orcos y cada vez menos anillos. Rodeado de troles rosas y arpías de largas uñas he aprendido de él que se puede bailar con el diablo a la luz de la luna con una sonrisa en los labios junto a la máquina de cafelitos…

Y lo que me ha causado más satisfacción. Mi lugarteniente es ahora un gran general, aunque él todavía no se lo crea. Sabe mandar sin tener aún los galones y tiene el poder de saber de lo que habla. Es solo cuestión de tiempo…

Aquí le conocéis como Churno, para otros es Gabichuein, en Tuno Negro era el Tuno Guaperas que se cepillaba a una chica sobre un altar, y vosotros os preguntaréis… ¿Ya nos está vendiendo éste una de sus habituales odas amiguetiles? No. Yo “como alcalde vuestro que soy os debía una explicación, y esa explicación que os debía os la voy a pagar” que diría el alcalde de Villar del río. Digo del Campo. Es decir. Que Churno ganó la porra de los nominados por la Academia de Cine español para ir a los Oscars… y como prometí al ganador que publicaría el post que me enviara, es de ley que pague mi deuda. Aunque sea un amigo...

Porque es mi amigo. Uno de esos hermanos que se eligen.

P.D. Salud hermano, nos vemos próximamente frente a un chuletón de buey y una botella de vino tinto… y que sea lo que Dios y las transaminasas quieran (que probablemente será lo peor)


CARPE DIEM por Churno


Aprecias la luz del día cuando la noche ha caído
A una mujer cuando la has perdido
A una espada cuando la has blandido
Y a la cerveza cuando la has bebido.

Adagio Vikingo


"La vituperada educación, la escasa formación, la politizada información, la telebasura, la falta de expectativas, la falta de valores, la manipuladora publicidad, la globalización son algunos de los recurrentes argumentos a los que nos agarramos para justificar o explicar la existencia gris en la que nos vemos inmersos la mayoría. Jan definía perfectamente este estado, con toda su mala (y brillante) baba, al dirigirse a Superlópez cuando no ejercía de héroe, como “medianía”; me parecía fantástico.

Pero la culpa de esta medianía general la tiene un gran villano que nos devora despiadadamente, sin darnos ni cuenta. Al igual que los monstruos que aterrorizaban en los cuentos infantiles a nuestros inocentes y su fuerza radicaba en la no creencia de los adultos en ellos, nuestra voraz bestia que nos engulle diariamente pasa desapercibida y sus estragos son mayores. Se trata de la rutina. ¡Cuántos goces nos hemos perdido de las cosas que realmente merecen la pena porque han formado parte de nuestra cotidianidad! Y como rezaba el adagio vikingo, sólo las apreciamos cuando han pasado y entonces las echamos de menos; esto en el mejor de los casos.

¿Cómo se puede escapar a la rutina del hábito? ¿Cómo apreciar algo cuando forma parte de nuestra vida cotidiana? Muy fácil: carpe diem. El viejo eslogan de la fenomenal “El club de los poetas muertos”, aparece como el arma secreta del superhéroe para derrotar al villano. El Carpe Diem no tiene que aplicarse exclusivamente a los tiempos de la mocedad. Debemos seguir disfrutando el momento y aprovecharlo, sacando el jugo a la vida y por lo tanto, a nuestra rutina.

Hace semanas que el autor de este blog abandonó la aventura del corazoneo y durante ese tiempo le eché de menos. Recordé aquellos días ora laboriosos, ora ociosos, pero siempre animados y descubrí que disfruté de su compañía plenamente. Así, mi viejo gladiador, no tuve que esperar a que la noche cayera para apreciar la luz del día. Por todo ese tiempo, gracias, Pedro."


A ti.

Nos vemos en la próxima batalla.


P.D. Espero que este post nos haya quedado más de John Ford que de Almodóvar... (Dicho sin ánimo de ser homófobo, sólo cinematográficamente)