SINDROME DE DIÓGENES
Lamento haberme retrasado tanto desde la última vez que le fui fiel a mi blog. Últimamente mi vida anda más desordenada de lo normal y tampoco la realidad me ha brindado la oportunidad de razonar razonablemente sobre lo que a diario se me ofrece en el desayuno. Hay kaos fuera y kaos dentro. La tormenta en su estado más puro. No quiero, por otra parte, que todo sean malas pulgas en estas páginas pero, coño, qué difícil me lo pone el poco mundo que se asoma a mi vida.
Quisiera tener la esperanza de ser esperanzado.
Quisiera tener el valor de ser cobarde.
Quisiera pensar que aún puedo pensar.
Quisiera saber que todo está por saber.
Quisiera olvidar que quiero olvidar...
Pero mi maldito cerebro se empeña en guardar recuerdos que van en contra de mis deseos. La ignorancia es la felicidad, que decían en Matrix. Y sin embargo... no lo consigo.
A veces a uno le jode tener razón. Y a mí cada día más. Con el tiempo y con el paso de los años he descubierto que tener razón es fastidioso, molesto y si se me permite la salida de tono, una cabronada. Lo peor es que uno empieza a darse cuenta de que no es que sea más listo que lo que los que le rodean, no, es que se acuerda mejor de lo que ha pasado. Esa es la clave. Los viejos no son más sabios. Simplemente tienen memoria... Siempre se ha dicho que por eso sabe tanto el diablo. Lo que no entiendo es porque no sabe aún más Dios, que se supone que estaba antes que Satanás. Quizá es que hace falta una cierta dosis de maldad, de desconfianza, de mala leche para no tener miedo a recordar... Por eso hay gente que se llaman buenos que tienen la suerte de olvidar fácilmente.
Mi problema es que comienzo a recordar más cosas de las que quisiera. Porque quisiera no acordarme. Quisiera no haber acumulado tanta cosa inservible en mi cabeza y ser feliz viendo el pasado en orden y reluciente como el salón de la Preysler pero... soy como esos viejos con síndrome de Diógenes que recogen en su casa todo tipo de objetos y basura variada que creen que les será útil algún día. Ellos ven tesoros escondidos donde los demás solo vemos mierda. Así es el cerebro de alguno con los años. Se afana en acumular recuerdos que no son más que cachivaches que irán a la hoguera del olvido el día que nos larguemos al otro barrio y sin embargo, nos empeñamos en otorgarles el carácter de posesión valiosísima.
Quizá por eso estoy así estos días. Quizá porque me ha sentado mal la primavera. Quizá porque sigo en el “Invierno de mi descontento”...
Quizá porque desde hace tiempo, pongo los telediarios, leo los diarios, escucho las radios y tengo una extraña sensación de “de ja vú” y siento un cansancio infinito: ETA nos da una tregua y la esperanza vuelve a abrirse de piernas como una meretriz que nos asegura que nos ama, España vuelve a ser favorita en el mundial de fútbol y en cuanto lo perdamos la culpa será de la mala suerte, folclóricas millonarias a punto de morir que reciben medallas al trabajo como modelos de abnegación, partes diarios sobre su salud abriendo los telediarios como noticia principal del día, la guerra civil de nuestros abuelos más presente que nunca, los políticos tan incansablemente incorruptibles en su corrupción, más folclóricas vendidas como símbolo de la nación y el pueblo llorando prematuramente por ellas...
Todo con más cadenas de televisión, más periódicos, más emisoras de radio... El mismo mensaje, eso sí, más veces repetido. Y yo, mordiendo mi tostada, me pregunto si ahora tenemos más información, si realmente somos más libres, o si, simplemente, el lavado de cerebro es ahora masivo...
No sé.
Siento que esto ya lo he vivido antes, o lo que es peor, que ya lo vivieron mis padres...
Pese a todo, miro por la ventana y sonrío.
Prefiero ser Diógenes a la Preysler...