"Yo creo que el único premio posible es el dinero.
Es mucho más decorativo que una estatuilla y puedes comprarte un traje de Armani..."
Pedro Almodóvar
Comprendan ustedes que me es difícil hablar de cine español. Apenas lo veo desde hace varios años. No tengo nada contra él. Simplemente me aburre las más de las veces y casi siempre no me interesa nada de lo que me cuenta, ni cómo me lo cuenta. Según el ultranacionalismo imperante en esta bendita profesión, uno (por mor de su ocupación) debería hacer proselitismo del cine patrio… pero no. Lo siento. Si las cosas me van bien en un futuro próximo, alguien me sacará algún día este artículo diciendo que soy un resentido que sólo miraba para otro lado porque no me dejaban entrar en el club. Que, como buena zorra que soy, digo hoy aquello de “Bah, las uvas están verdes…” Pero, coño, es que están verdes. Mañana no sé, pero a día de hoy están verdísimas y no son uvas sino peras…
Al igual que mi páncreas no procesa la glucosa, mi desquiciado cerebro ya no soporta las malas historias. Sean de donde sean. Soy el tipo menos nacionalista que conozco, y cuando se trata de alimentar a mis neuronas, soy más exquisito que Lecter en un Mac Donalds. Las conexiones sinápticas no se interesan por la lengua de las historias que necesitan devorar para sentirse vivas. Solo se mueven complacidas cuando el manjar está a la altura y no preguntan por la bandera de la manduca. Y yo, viviendo de lo que producen esas neuronas, sólo les alimento con lo mejor. Venga de donde venga.
Así pues no entiendo este nacionalismo “cinematografil” porque no existe el nacionalismo literario, por ejemplo. No he oído yo a ningún ministro decirnos que leamos a Cela, a Reverte o a Marías frente a Paul Auster, Crichton o Sófocles, por poner ejemplos que están en las mentes de todos.
Un amigo mío dice que el cine sólo tiene dos nacionalidades: el bueno y el malo. Yo, como bien sé lo difícil que es hacer una peli, lo rematadamente complicado que es hacerla bien, y lo casi imposible que es que tenga éxito… me cuesta mucho decir si una película es buena o mala. Me conformo con saber si funciona o no… Y eso son datos empíricos. Son hechos y no opiniones y, perdónenme ustedes, no es posible refutarlos. Luego el tiempo dirá si el metraje es una obra de arte o no quedará ni para banquete de bacterias que se llevarán los lustros.
Y un año más llega la ceremonia de los Goyas que es a lo que íbamos. Apenas he visto ninguna de las películas presentadas. Volver. Lo hice por la razón que antes exponía: la ha visto mucha gente, y algo debía de tener. De la misma forma, y pese a los comentarios, veré Alatriste. Qué se le va a hacer. Intento ser coherente…
Volver ha sido mi vuelta al cine de Almodóvar. No se por qué mi intuición me decía que me iba a gustar. No me equivoqué. Me gustó. Muy bien rodada. Un guión ágil y que engaña al espectador como ahora se lleva. Como soy muy malo incluso he pensado que es una “respuesta” a Los Otros, la peli de Amenábar. Su negativo perfecto… Como no quiero destriparla a aquellos que no la han visto no seguiré contando pero si queréis, profundizaré más en los comentarios.
Almodóvar, Pedro como dicen aquellos que quieren darse el pisto de tener confianza con él, no acudió a la ceremonia de los Goya. Personalmente creo que porque pasa bastante de los premios de cine patrio. Sabe que con lo cainitas que somos, se conceden más por filias y fobias de los votantes que por la calidad de los que acuden a concursar. Esas dos Españas que se dan en todos los campos de este país no pueden dejar de acudir a los Goya. Yo pienso, querido manchego, que esas bandas existen desde siempre. Incluso cuando te han dado los premios. Pero entiendo, y te apoyo, en que a una determinada edad y a una determinada altura uno ya no tiene que quedar bien con nadie. Además, en una estantería en el que hay Oscars (en plural), Césares y todo tipo de distinciones personales como Caballerías y Órdenes de Imperios, los Goya son poca cosa para lo que abultan.
Y más cuando, como tú sabes, la ceremonia sólo sirve para que este patio de vecinas critique si estás más gordo o más delgado, más alto o más bajo, si tu novio es lo suficientemente guapo o se nota que va a por tu dinero, y ver la cara que pones si no te lo dan (porque desean que no te lo den “porque no te lo vas a llevar todo”). Que bien está que seas un ganador pero no un arrasador. Aquí nos gusta tirarle piedras a las glorias nacionales y darles un baño de perdedor a los ganadores… para que no se suban mucho a la parra aunque todos sepamos que es un peral. Ya sabes: más papistas que el papa y menos españolistas que los americanos. Y si por ahí te dan palmaditas en el lomo cuando estás arriba aquí te damos collejas a poco que te descuidas. Son los mismos aquellos que te llamaban maricón cuando cantabas en el Rock-Ola y retratabas todo tipo de personajes marginales en tus películas, esos mismos, ahora te reconocen como “un maravilloso realizador que ha creado un mundo muy personal plagado de maravillosos personajes marginales…” Ya sabes, la diferencia entre el jodío moro o el respetable árabe.
Así que, yo te apoyo, no vayas. Que eso del glamour del cine español es una milonga. Que hasta la alfombra roja es verde, que el presidente de la Academia es presidenta (las cuatro últimas), que por etiqueta rigurosa algunos académicos entienden el vaquero y las zapatillas de tenis de los domingos y que las estrellas del cine español que presentan la gala son de la televisión española, que no de la Primera… Que no nos aclaramos, vamos. Eso sí, vender lo que se dice vender, que bien nos vendemos.
Si la Gala de los Oscars es una mierda presentada por Billy Cristal, la nuestra es cojonuda con Corbacho al frente. Si allí obligan a Penélope a gritar ¡¡¡¡Pedro!!!! perdiendo las formas, aquí llora con sentimiento al recoger el Goya, como debe ser. Si allí es una ceremonia larga, aquí aunque se haga larga, es mucho más corta. Y, la definitiva que cae por su propio peso: Hollywood está muy lejos y lleno de americanos… Y, ante todo, somos antiamericanos. Aunque luego nos encante salir en Miami Vice.
Este año tenía, como en la pasada edición, dos amigos nominados. Uno perdió… ¡¡¡por séptimo año consecutivo!!! Roque, tranquilo monstruo, así te ahorras el discurso de agradecimiento y el año que viene lo tienes mucho más ensayado.
El segundo era Enrique Villén. Si el año pasado le birlaron el Goya al mejor actor de reparto por su trabajo en Ninette, en esta edición ganó el premio al Mejor Cortometraje de ficción como productor y protagonista de la obra. El dice que es sólo un accidente pero muchas grandes carreras empezaron con un hecho inesperado...
Bien sabe Dios, el que está en el cielo no Billy Wilder, que ha sido la primera gran alegría del año. Es un buen augurio, aunque sólo sea porque por primera vez en mi vida he trabajado en una peli que se lleva un Goya (he diseñado el cartel). Y si el año pasado que perdió le dediqué este post ¿Por qué no he comentado hoy su victoria? Por una sola razón. Este es un país en el que, en los buenos momentos, todo el mundo acude siempre en ayuda del vencedor… así que este año no quise colocarme en primera fila para darle mi aplauso y mi abrazo. Tuvo mi sonrisa. La sonrisa cómplice de saber que el que persevera, el que hace bien su trabajo, el que no se rinde, el que lucha, termina ganando…
Sí. Ya sé que yo no creo en esas cosas, pero esa noche gracias a Enrique, por un momento, quise creerlo.
Felicidades hermano.