17 abril, 2006

LA PASIÓN DEL CINE

Gracias a Dios se acabó la Semana Santa... y nunca mejor dicho. Otro año más, como ocurría en mi ya lejana niñez, cuando llegan estas fechas el cine sólo adopta dos géneros posibles: el infantil y el santo. Del primero pude escaparme resistiendo a los bombardeos publicitarios a los que nos somete esa secta llamada Disney.

Del segundo, el cine santo, no hay dios que se salve. Hace mucho... mucho tiempo en un país muy... muy cercano, cuando llegaban estas fechas, la televisión se llenaba de películas que parecían resucitar en el momento que moría el Salvador. Se repetían indefectiblemente año tras año y se levantaban del olvido al que estaban sometidas durante cincuenta y una semanas No Santas. Volvían a la vida cual zombis esperando la noche y de igual forma (yo diría que incluso más) atemorizaban mi alma infantil. Esos grandes clásicos Semanasantiles han vuelto a mi cabeza y "rebobinándolos" no dejo de hacerme una serie de preguntas:

¿Quién no ha tenido pesadillas con...?

- La túnica sagrada (¿acaso duda alguien que da más miedo Victor Mature que Freddy Krugger?)
- Los Diez Mandamientos (¿cómo un tipo como Moisés, con esa cara de mala ostia permanente, podía ser el bueno?)
- Rey de Reyes (¿cómo pudo dejar pasar la censura semejante exaltación monárquica?)
- Quo Vadis (¿la pluma del malísimo Nerón no sería considerada hoy como “políticamente incorrecta”?)
- Ben Hur (gracias al cielo que los censores de entonces, al igual que Heston, nunca sospecharon la relación homosexual entre Ben y Mesala porque si no, quién sabe que clase de horribles cortes de montaje hubieran perpetrado).

Pues bien... ¿Nadie se daba cuenta de que esas y otras muchas películas eran absolutamente tortuosas para la infancia?

Y es que, indefectiblemente, fueran quienes fueran los buenos siempre acababan crucificados... o lo que era peor: siendo comida "no enlatada" para leones. No había otra salida. Desde el minuto uno ya sabías que el bueno no tendría buen final. Así no había manera de identificarse con el héroe. Y lo que es peor, nos decían que ese final era el mejor. ¡Pero si todos acababan en la cruz y con un coro de voces celestiales que a mí, más que a gloria eterna, me sonaba a aburrimiento eterno!

Una excepción: siempre quise ser Espartaco... hasta el último rollo, claro.

En otras películas, para colmo, cuando aparecía un malo simpático también terminaba torciéndose (hacia el bien) y, claro, acababa mal. La de lágrimas que derramé yo por el Barrabás de Anthony Quinn.

Hoy, la Iglesia católica se ha modernizado. Saben que ya no se puede evangelizar a base de películas. El cine ha dejado de ser un espectáculo de masas y cualquier industria, la juguetera sin ir más lejos, vende mucho más y mejor. El Madel-Cristo les permite a nuestros infantes reconstruir la Pasión de El Salvador en su propia habitación. Asi, suerte la suya, pueden cambiar el guión y aportar otros muchos finales que, esta vez sí, siempre serán "felices". Como ese en el que Jesús bajando de la cruz, atiza con ella, a modo de menhir, a los legionarios romanos que se le ponen por delante como si de un nuevo Obelix se tratara... Religión e imaginación, dos armas que si por separado son poderosas, juntas ya ni te digo... Los del cine estamos acabados...

Además, las tortuosas e intrincadas historias de las Sagradas Escrituras han quedado superadas por cualquier reality mañanero. Así que ya no se hacen películas como aquellas. Las últimas que recuerdo: Yo te saludo María y La última tentación de Cristo. Sin embargo, apenas interesaron a nadie y sólo se salvaron del fracaso gracias a los cristianos más integristas que se agolpaban a las puertas de los cines armados con rosarios y disparando sus oraciones contra todos aquellos que osaban comprar una entrada. Hace un par de años, La pasión de Cristo, dirigida por Mel Gilbson, llenó los cines de jóvenes. Pero, no se por qué, no me imagino yo a las juventudes del Opus abarrotando en masa las multisalas... Según me cuentan (porque no la vi) su éxito estuvo más en que se trataba un espectáculo gore antes que una exaltación religiosa.

Esta Semana Santa decidí recibir mi penitencia y, como antaño vi desfilar por la pequeña pantalla algunos de aquellos rostros torturados... pero no pude acabar ninguna. Mi alma ya no tiene salvación así que ya no espero ser premiado con una buena crucifixión.

Cambié de canal. Siempre pude encontrar un programa del corazón. Todos en directo. Ellos no se tomaron vacaciones. Y es que en el Infierno no hay cambios. El diablo, a diferencia de Dios, no descansa: no se toma ni una semana de vacaciones al año...

04 abril, 2006

PSICOFONIAS OSTENTOREAS

1993. Finca de Valdeolivas. Ávila. 22:00 horas.

Jesús Gil frente al mega televisor de su casa contempla perplejo la noticia de que un grupo de incontrolados ultras radicales (toma ya, tres redundancias), en la víspera de un Madrid-Atleti, se han colado en el estadio Vicente Calderón. Coches de policía en todas las puertas de acceso. Gran despliegue de medios de comunicación que informan de la noticia del año. La conexión en directo muestra algunos de estos tipos en el graderío haciendo fogatas. Otros se pavonean con chanza sentados en el palco desde donde el presidente sigue los partidos de su equipo. Mientras, Gil permanece en su sofá como César en el Coliseo observaba con precisión milimétrica lo que ocurría en la arena. Hierático. Por fuera ni un gesto, por dentro sospecho yo, un volcán que de un momento a otro estallará... Todos preparados para la acción.

En el estudio de Telemadrid, el presentador da paso con urgencia a una cámara que se encuentra en la mismísima puerta de su despacho totalmente rodeado por geos. Los asaltantes dejan entrar a un reportero y dentro vemos como el grupo de indeseables se pasean por el mismísimo centro neurálgico del mandatario atlético. Unos sentados en su sillón presidencial y con los pies en la mesa, otros bebiéndose sus botellas y un par de ellos mantienen atado, ridículamente cual chorizo de cantimpalo, al gerente del club. Amenazan con volar el santuario atlético sin no se llevan a cabo sus exigencias. Han colocado cargas explosivas en los bajos del estadio. Unas imágenes nos llevan hasta el lugar en el que las vemos adosadas a los pilares del edificio. Los artificieros confirman que los explosivos son auténticos. Yo espero que la visión de las bombas hagan estallar, definitivamente, al alcalde de Marbella...

Pero Gil se mantiene impávido. No mueve un músculo. Contrariamente a lo que yo había pensado no pierde el control, no lanza sus habituales exabruptos, no se encoleriza... Me preocupo. Estoy jugando una partida de ajedrez contra un tipo que no se quien es. Soy estúpido. Pensé que podría vencerle con facilidad pero dentro de esa mole humana hay alguien que no conozco. Es mucho más listo de lo que todos creen. Esto va a ser mucho más difícil de lo que pensaba...

Pide un teléfono a Miguel Ángel, al que conocen por Calan. Su hijo pequeño. Llama al estadio y pide hablar con el jefe de los aprendices de terrorista... El del pasamontañas coge el aparato y comienzan a hablar. En cuestión de minutos, Gil se lo ha llevado al huerto. Su don de gentes es muy poderoso. Es imposible llevarte mal con él en el cuerpo a cuerpo. Un fenicio perfecto en el toma y daca. Un tipo tan grande, tan pesado físicamente en la realidad, se mueve de forma rápida y ágil cuando negocias con él. Es tremendamente flexible y hábil en el combate dialéctico. Sin saber cómo, le terminas dando la razón porque él, a su vez, te la da a ti. Y todo sin levantar la voz, sin enfadarse, sin perder un ápice la sonrisa... Se entiende perfectamente como un tipo como él ha conseguido lo que tiene. No le ha caído del cielo.

“Mis terroristas” están perdiendo la partida. No se hacen con él. Como sigan negociando con Gil se harán socios del Atleti, así que doy orden, urgentemente, de que dejen de hablar y vuelen el estadio. Ni una palabra más.

Cuando un plano general nos muestra como revienta, literalmente, el Calderón, esa goma dos estalla, metafóricamente, en el corazón de Gil. Creo adivinar que ni siquiera cuando el juez le leyó la sentencia que le enviaba a prisión, por el asunto de los Angeles de San Rafael, se le encogió de esa forma el alma. No es capaz de responder... Está mudo. K.O. técnico. Le he vencido.

Esta fue la megabroma que escribí y dirigí para el programa Inocente, Inocente.

Me enorgullece habérsela dado con queso a un tipo que tenia hechos todos los masters en la universidad de la vida. Gil era un tipo que te miraba y te radiografiaba por dentro. Intercambiaba contigo dos frases y te “calaba” a los diez minutos. Te invitaba a comer y en el postre se sabía tu biografía. Jugaba contigo al parchís y a la tercera mano ya estabas haciendo negocios con él. En la distancia corta era más peligroso que Tyson. Sencillamente, te ganaba. Sí, conozco todo lo que se ha escrito y se ha contado sobre él. Ya sé que fue a la cárcel. Ya sé que quizá el juez tenía razón. Sí, seguramente tenía toda la razón. Pero era de esas personas con las que hablas y te conquistan.

Cuentan que allí donde está enterrado, desde hace días se escuchan unas sonoras carcajadas “ostentóreas”. Unas psicofonías que dicen: rubiaaaaaa, rubiaaaaa... chorizaaaaaaa, chorizaaaaa... En aquel entonces, todos pensábamos que el insulto a Isabel García Marcos era la defensa que utilizaba el alcalde para deshacerse de las acusaciones que ésta le lanzaba. Ahora, como el Cid que ganó una batalla después de muerto, descubrimos que no era un insulto sino una definición del personaje. ¡Como la había calado! Y es que el azote de Gil, aquella concejala socialista que le acusaba de megaladrón internacional, ha sido pillada “in fraganti” con las manos en la cartera como una ladroncilla de pueblo. Él nunca se avergonzó de sus kilos, física y monetariamente hablando, sin embargo “la rubia” fue llegar al poder y pasar rápidamente por una clínica de estética para hacerse sendos liftings en la cara y en el alma. Pero no ha cambiado nada. Siempre fue así. Símbolo patrio del viejo “quítate tú que me pongo yo...”

Por eso creo que Gil era distinto. Personificó como nadie el antiguo régimen, por favor no confundir con franquismo o fascismo, ese cuyo lema era “todo para el pueblo pero sin el pueblo”, esto es, el despotismo ilustrado. Gil era un monarca absolutista, incluso corporalmente hablando, que tuvo en Marbella su reflejo más evidente. Embelleció una ciudad, antes con categoría de pueblo, la dotó de unos medios que ni soñaba tener y, a cambio según las sentencias, se hizo más rico. Sus detractores claman que solo daba al pueblo pan y circo. Los de ahora se han llevado el pan y el circo lo tenían montado en sus casas, incluso con tigres, según hemos podido comprobar.

Ahora tírenme piedras, díganme que en democracia no caben monarcas absolutos. Que el antiguo régimen es eso, antiguo. Y estaré de acuerdo. Absolutamente, si se me permite el juego de palabras. Pero también estaré de acuerdo en que el feudalismo medieval es aún más antiguo. Modernos monarcas medievales, de traje y corbata y envueltos en la bandera de su nueva nación, cobran el 3% de todas las obras de su ciudad y todos, mientras, callan y miran hacia otro lado como, por ejemplo, el Barsa-Real Madrid. Sin embargo, encabezan los telediarios como símbolo del progreso.

Así que hoy, me he sorprendido sonriendo al ver las imágenes de las chorizas marbellíes entrando en la trena. Y no he podido dejar de acordarme de ese rey absolutista que, seguramente, lo está contemplando todo desde el infierno. Porque no duden de que está allí. Lo conoció cuando su querido Atleti se paseó dos años por la Segunda Divisón. A buen seguro, hizo entonces los contactos necesarios, confraternizó con Satanás, le ganó el corazón... y, a buen seguro, a día de hoy las calderas de Pedro Botero han sido convenientemente recalificadas y urbanizadas con unas preciosas torres de infinitos pisos con vistas al Cielo...