23 diciembre, 2006

CALVO Y GORDO

"Suerte que soy un hombre rico, que eso es una suerte..."

Tennesse Williams en "LA GAGA SOBRE EL TEJADO DE ZINC CALIENTE" (1958)



El día de la lotería.

El día de los sueños.

El día de la salud, lo llamaba mi padre, por aquello de que todo el mundo cuando sabe que no le ha tocado suelta el consabido: “bueno, lo importante es que tenemos salud”. Y esto me toca especialmente las narices porque uno es un enfermo crónico. Así que me apresuro a responder: “Será el que la tenga..."

El día de los imprudentes, lo llamo yo. Y es que la gente no sabe lo peligroso que puede llegar a ser esa jornada. No digo ya que te toque…

Y eso que un año estuve cerca, muy cerca, de que me tocara el gordo. Y no, no fue porque bailara una cifra del décimo que llevaba o que alguien me ofreciera una papeleta del gordo y que no la comprara… Eso serían historias vulgares. ¿A quién no le ha pasado algo similar…? Esta es una historia de película.

Todo comienza hace más de cincuenta años. Mi padre, un imberbe de 17 años, pasa por la puerta del sol una mañana y compra un décimo para el sorteo de Navidad. Lo mete en su bolsillo y se olvida. Una semana más tarde, los hados del destino premian el 15.640 con el premio extraordinario y, por arte de magia, mi padre se encuentra con no se cuantos millones en el bolsillo siendo un menor de edad. Parece ser que fue un hecho sin precedentes en la época. Fue entrevistado, incluso, por la estrella mediática (radiofónica, claro está) del momento : el gran Bobby Deglané. Era la persona más joven a la que le había tocado el gordo en la historia del sorteo. Un día de gloria inmortalizado en fotos en blanco y negro que todavía andan por el álbum familiar de mi madre. Funde a negro.

Rótulo: cuarenta años después. Abre de negro. Mi padre ha muerto. Trabajó en un taxi hasta el último día una media de catorce horas diarias para sacar a su familia adelante. No sé que fue del dinero. Supongo que mi abuela lo malgastó, o lo biengastó, pero desde luego no en mi padre…

Y ahí estoy yo. Un veintidós de diciembre, a mediados de los noventa… Me pilla trabajando en la tele, en el programa Inocente Inocente. Días de mucho trabajo ya que se avecina “nuestro día”, el de los Inocentes claro, en el que todos los años hacemos una gala benéfica, cuyos beneficios no son precisamente para nuestra salud. Llevo un décimo en mi cartera porque aunque no soy jugador, lo hago más como tradición familiar que por convicción.

Alguien llega diciendo que ha salido el gordo. No hago ni caso. Sigo a lo mío. Otro enciende una tele. No levanto la vista de mis papeles. Oigo de fondo la cantinela de los niños de San Ildefonso. Un niño canta el premio gordo. De repente la vida empieza a correr a cámara lenta. Desaparece el sonido y solo oigo cantar a los infantes del demonio… Levanto la cabeza y fijo mi vista en el monitor de televisión: el mundo queda desenfocado y sólo un número ocupa mi visión… Saco el décimo de mi cartera. Efectivamente. No es el gordo. El gordo ha vuelto a ser el 15.640 de mi padre…

Podría haber ocurrido que un día hubiera pasado por la Puerta del Sol y la voz de mi padre me hubiera susurrado que volviera a comprar ese número. Podría haberle hecho caso. Y podría ser millonario. Pero, mi trabajo quedaba muy lejos de la puerta del Sol. Mi padre nunca me susurró nada desde que murió, quizá porque las telecomunicaciones desde el otro mundo no están aún muy bien desarrolladas o porque no tienen por qué conocer allí el futuro, o porque no quiso que fuera millonario, quién sabe… El caso es que no lo compré. Entonces… ¿Por qué digo que estuvo muy cerca? Pues porque, queridos amigos, parece ser que cuando a alguien le toca el gordo, es costumbre, que esa persona en agradecimiento al número se abona a él de por vida (haciéndose con una serie entera el resto de su vida) y esa tradición pasa de padres a hijos. Y así, por primera vez en la historia de la Lotería de Navidad, el número del gordo se ha repetido y les ha tocado a los hijos de los afortunados de entonces. De esta forma, dos generaciones (incluso tres) fueron señaladas por la diosa fortuna dentro de una misma familia en un mismo siglo. Pues bien, mi abuela fue de ese tres por ciento que, parece ser, no se abonan… No se lo hecho en cara. Yo, a día de hoy, tampoco lo he hecho tampoco y como el número vuelva a salir, por tercera vez, mis hijos pensarán que hay un gen en esta familia que nos hace candidatos al Nobel de los idiotas… Pero no me abonaré. Y ¿Por qué?

Porque no quiero que me toque la lotería de navidad. Como lo oís. Lo digo completamente en serio. Es parte de una teoría que elaboré hace mucho tiempo y que conforme pasan los años enraíza un poco más dentro de mis convicciones. Y el día a día me da la razón.

Me explico. La teoría es la siguiente: estoy convencido de que la suerte no es un pozo sin fondo. La suerte es finita. Cada ser humano viene al mundo con unos “puntos de suerte”. Dichos puntos son gastados a lo largo de la vida conforme a decisiones y golpes del destino que hacen que “saltemos” de unas casillas a otras en este juego de la oca que es la vida. Pues bien, estoy convencido que si uno gasta sus puntos de suerte en jugadas banales e insustanciales, luego no la tenemos cuando realmente es necesaria… Ni que decir tiene que mucha suerte gastada en una jugada no proporciona la felicidad que creíamos obtener de ella y que un poco de suerte, muy poca, en momentos muy concretos de la vida puede inclinar la balanza de forma definitiva y darnos grandes réditos a largo plazo. Así que no es cuestión de tener mucha suerte en la vida sino de tenerla bien administrada. Conozco gente que gastó sus puntos de suerte en que le tocara la lotería y luego tuvo una enorme mala suerte el resto de su vida. Así que hay que saber emplear al suerte. Y no precisamente en que nos toque la lotería o hacernos con mucho dinero. O quizá sí. Pero me da miedo gastar todos mis puntos en algo que puede ser tan poco útil como el dinero. Así que no soy jugador de loterías y administro mi suerte en momentos muy concretos… Sí, ya se que es estúpida la teoría, pero… creo en ella. Y si observáis casos a vuestro alrededor comprobareis que es inquietantemente cierta.

A veces es mejor no desear… Todavía recuerdo con escalofríos como ese maldito calvo soplaba su “suerte” a los desvalidos viandantes sin saber lo que se les venía encima. Como si todos los sueños se pudieran cumplir con dinero… Como dijo Capote: “Hay más lágrimas derramadas por promesas cumplidas que por las no cumplidas”.

Así que andaros con cuidado porque el día un día, el calvo o el gordo, te pueden tocar a ti…


P.D. Por cierto, ministra, a ver si dejamos de llamar al premio dotado de una mayor cantidad económica como “el gordo”. Me parece peyorativo. Una ofensa a las personas obesas que pueden sentirse vejadas. El Gordo por allí, el gordo por allá. ¿No podría ser “el obeso de navidad”? ¿O “el premio suculentamente dotado en el sorteo del solsticio de invierno”? ¿Por qué el Gordo puede ser algo bueno cuando Gordo es malo el resto del año? ¿No es una incitación a la obesidad?

¿O, ya puestos, por que no hacer que todos los premios sean iguales? Me parece una discriminación impropia de una democracia que unos números sean agraciados, diferentes, mejores, en una sociedad en la que aspiramos al igualitarismo. ¿Por qué el número de un obrero tiene que ser menos que el de un constructor marbellí? ¿Qué forma es esa de “desigualar” la sociedad? Además, por lógica, los ricos tienen más posibilidades de ganar ya que habitualmente compran más lotería. Para ser realmente justo sólo deberían dejar jugar un número por persona. Eso sería democráticamente justo. Una persona, un voto: una persona, un décimo. Realmente, la lotería es un invento capitalista para crear nuevas desigualdades…

3 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Jo, menos mal que no compré ningún décimo.

3:55 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Hola, soy Marita. No me ha tocado la loteria pero.......
A mi si me importa el sentido que le doy a estas fechas, religión aparte, el mensaje me gusta, que sirva de excusa perfecta, con regalitos y todo ,para que no se nos olvide lo afortunados que somos sólo unos pocos, unos pocos países o "zonas" afortunadas, sólo se vive una vez, para los desafortunados también, sólo se vive una vez...a luchar con dos huevos por lo que te importa, defender tus pricipios,si no sería una falta de respeto para aquel o ese "algo"o lo que sea, o simplemente llamemosle azar, que nos colocó en el lado reluciente de la moneda.¡Yo, creo!

7:20 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

El análisis más lúcido que he leído en mi vida sobre el puto sorteo de Navidad. Genial.

5:26 p. m.  

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