LA PASIÓN DEL CINE

Del segundo, el cine santo, no hay dios que se salve. Hace mucho... mucho tiempo en un país muy... muy cercano, cuando llegaban estas fechas, la televisión se llenaba de películas que parecían resucitar en el momento que moría el Salvador. Se repetían indefectiblemente año tras año y se levantaban del olvido al que estaban sometidas durante cincuenta y una semanas No Santas. Volvían a la vida cual zombis esperando la noche y de igual forma (yo diría que incluso más) atemorizaban mi alma infantil. Esos grandes clásicos Semanasantiles han vuelto a mi cabeza y "rebobinándolos" no dejo de hacerme una serie de preguntas:
¿Quién no ha tenido pesadillas con...?
- La túnica sagrada (¿acaso duda alguien que da más miedo Victor Mature que Freddy Krugger?)
- Los Diez Mandamientos (¿cómo un tipo como Moisés, con esa cara de mala ostia permanente, podía ser el bueno?)
- Rey de Reyes (¿cómo pudo dejar pasar la censura semejante exaltación monárquica?)
- Quo Vadis (¿la pluma del malísimo Nerón no sería considerada hoy como “políticamente incorrecta”?)
- Ben Hur (gracias al cielo que los censores de entonces, al igual que Heston, nunca sospecharon la relación homosexual entre Ben y Mesala porque si no, quién sabe que clase de horribles cortes de montaje hubieran perpetrado).
Pues bien... ¿Nadie se daba cuenta de que esas y otras muchas películas eran absolutamente tortuosas para la infancia?
Y es que, indefectiblemente, fueran quienes fueran los buenos siempre acababan crucificados... o lo que era peor: siendo comida "no enlatada" para leones. No había otra salida. Desde el minuto uno ya sabías que el bueno no tendría buen final. Así no había manera de identificarse con el héroe. Y lo que es peor, nos decían que ese final era el mejor. ¡Pero si todos acababan en la cruz y con un coro de voces celestiales que a mí, más que a gloria eterna, me sonaba a aburrimiento eterno!
Una excepción: siempre quise ser Espartaco... hasta el último rollo, claro.
En otras películas, para colmo, cuando aparecía un malo simpático también terminaba torciéndose (hacia el bien) y, claro, acababa mal. La de lágrimas que derramé yo por el Barrabás de Anthony Quinn.
Hoy, la Iglesia católica se ha modernizado. Saben que ya no se puede evangelizar a base de películas. El cine ha dejado de ser un espectáculo de masas y cualquier industria, la juguetera sin ir más lejos, vende mucho más y mejor. El Madel-Cristo les permite a nuestros infantes reconstruir la Pasión de El Salvador en su propia habitación. Asi, suerte la suya, pueden cambiar el guión y aportar otros muchos finales que, esta vez sí, siempre serán "felices". Como ese en el que Jesús bajando de la cruz, atiza con ella, a modo de menhir, a los legionarios romanos que se le ponen por delante como si de un nuevo Obelix se tratara... Religión e imaginación, dos armas que si por separado son poderosas, juntas ya ni te digo... Los del cine estamos acabados...
Además, las tortuosas e intrincadas historias de las Sagradas Escrituras han quedado superadas por cualquier reality mañanero. Así que ya no se hacen películas como aquellas. Las últimas que recuerdo: Yo te saludo María y La última tentación de Cristo. Sin embargo, apenas interesaron a nadie y sólo se salvaron del fracaso gracias a los cristianos más integristas que se agolpaban a las puertas de los cines armados con rosarios y disparando sus oraciones contra todos aquellos que osaban comprar una entrada. Hace un par de años, La pasión de Cristo, dirigida por Mel Gilbson, llenó los cines de jóvenes. Pero, no se por qué, no me imagino yo a las juventudes del Opus abarrotando en masa las multisalas... Según me cuentan (porque no la vi) su éxito estuvo más en que se trataba un espectáculo gore antes que una exaltación religiosa.
Esta Semana Santa decidí recibir mi penitencia y, como antaño vi desfilar por la pequeña pantalla algunos de aquellos rostros torturados... pero no pude acabar ninguna. Mi alma ya no tiene salvación así que ya no espero ser premiado con una buena crucifixión.
Cambié de canal. Siempre pude encontrar un programa del corazón. Todos en directo. Ellos no se tomaron vacaciones. Y es que en el Infierno no hay cambios. El diablo, a diferencia de Dios, no descansa: no se toma ni una semana de vacaciones al año...