13 agosto, 2007

LA PELICULA DE TODAS LAS RESPUESTAS

“Yo creo en América…”

Francis Ford Coppola y Mario Puzzo en “EL PADRINO” (1972)


En una de esas estúpidas clasificaciones sobre ¿Cuál es tu película preferida? no sé en qué puesto estaría pero de lo que estoy seguro de que no faltaría nunca. Esas listas siempre dependen del momento de tu vida, de tu estado de ánimo, de cómo ande tu memoria… Sin embargo El padrino de Coppla aparecería siempre. Así que al final ganaría por la regularidad de mi recuerdo. No puedo saber la cantidad de veces que la he visto. Treinta, sesenta, cien… es posible. Hoy he vuelto a verla. Y eso que no quería. Solo una secuencia, me he dicho. Pero me he vuelto a engañar. Quedarse delante de un par de fotogramas es tener que devorarla hasta el final. Su secreto reside en que, a medida que me voy haciendo mayor descubro algo nuevo en ella. No falla. Es como esos paisajes que cambian, que se mueven, respecto a la luz que incide sobre ellos… Así me ocurre con El Padrino. En cada visionado me salta algo nuevo algo a la vista. Algo que, curiosamente, siempre ha estado ahí. Así, comprendo más intensamente a sus personajes. Aprecio más cada uno de sus matices.

Como un buen vino al que el tiempo le hace tomar nuevos aromas y sabores, con esta historia, voy descubriéndome a mi mismo. Es un clásico. Pero no sólo de la cinematografía. Es un clásico de la creación humana. De esas obras que ayudan a entender al ser humano. Creo que, no exagero nada, si digo que El Padrino de Coppola está a la altura de un Hamlet o un Quijote. Sus textos no tienen nada que envidiar a cualquiera de estos clásicos y, como ellos, explican a la perfección la profundidad del alma humana. Todos los sentimientos, las dudas, la oscuridad y la grandeza de nuestras vidas están contenidas en esta historia (divida en dos partes).

Y es que la familia Corleone es la historia de cualquiera de nuestras familias. En todas hay o ha habido un Don, un patriarca, una figura central de la que partió todo. En todas hay una hermana, Connie, que nos ha traído a unos cuñados que quisiéramos ver con los peces. Amigos que son parte de nuestra familia sin que lleven nuestra sangre… Y amigos que a veces nos han traicionado. Todos, todos, tenemos alguno de los cuatro hermanos que sostienen la historia. Y, lo que es más inquietante, somos uno de ellos.

Yo he sido muchas veces Michael, el hermano pequeño que no quiere pertenecer a la familia y que termina descubriendo que no se puede luchar contra el destino. Aquel que no quería ser como su padre y que un día se descubre idéntico a él. Porque muchas veces nos damos cuenta de que somos peores de lo que sospechábamos, que somos capaces de hacer cosas por las que no podríamos mirarnos al espejo… pero las hacemos. Y seguimos viviendo.

Me he visto como Sonny, el hermano impulsivo, pasional, que ama y odia a partes iguales. De esos que besas y aborreces según el día que tenga. Que no tiene cabeza. Sólo corazón. Que no piensa lo que hace y que es presa fácil para sus enemigos… pero al que solo puedes querer porque no tiene doblez. Siempre es sincero para bien o para mal. Y siendo así, en esta vida, sólo se puede acabar mal.

He sido Tom Hagen. El hermano adoptado. Callado y tímido. Inteligente y observador. Frío y calculador. Con la palabra justa y oportuna en la boca. Que sólo habla cuando le preguntan. Fiel y agradecido. Pero, siempre con el profundo complejo de saber que no perteneces totalmente a la familia. Sintiendo que eres adoptado y que en algún sitio está tu familia auténtica.

Y muchas veces me he sentido como Fredo, el hermano mayor. Porque creí ser listo, pero hice el tonto. Porque sólo serví para ser el chofer o el subdirector de un casino de Las Vegas. Porque no he tenido capacidad para tomar decisiones en el momento oportuno. Porque he sido la oveja negra. Porque he preferido llorar a vengarme. Porque me he visto como un inútil sentado en la acera junto al cadáver de su padre… Y es duro ser Fredo.

Si El Padrino es un tratado sobre la vida, lo es aún más sobre la muerte. Todas y cada una de los finales que podemos pensar están contenidas en sus imágenes. Violentas y tranquilas, hay finales donde elegir: en soledad como Michael, en mitad de un patio trasero. Rodeado de los suyos de un cáncer Terminal que se nos come lentamente como a Tom. Tiroteado por nuestros impulsos en la parada de un peaje como Sonny. O asesinado por nuestras traiciones a la vida, como a Fredo…

La Biblia es el libro de los libros y el Padrino la película de las películas. Por lo menos a ella recurro cuando necesito respuestas. Se que es estúpido: ¿cómo es posible que la historia de una familia de emigrantes italianos en Estados Unidos pueda contar tan bien mi vida y, sospecho, la vida de todos? Claro que ¿Cómo es posible que la historia de una familia de italo-israelita en cuyo seno nace un Don y que, más tarde, muere a manos de otra familia (italiana por más señas) haya movido la conciencia de millones de personas siglos después? Bueno, supongo que es cuestión de creencias. Y sobre creencias, a diferencia de los colores, sí que hay mucho escrito…

Estoy próximo a cumplir los cuarenta. Mi padre a esta edad tuvo que tomar una decisión crucial en su vida y en la de su familia, al igual que yo ahora. Hay una secuencia idéntica en El Padrino II: Michael en un momento determinado de la historia se encuentra con un problema similar al que tuvo que enfrentarse su padre. El se pregunta que habría hecho el Don. Las imágenes nos enseñan que hizo cuando se encontró en esa encrucijada. Yo pienso en mi padre. El no era el Don. Y yo no soy Michael. Ningún flash back me muestra qué le pasó a él ni que camino he de tomar. Así que tendré que volver a ver la película de Coppola. En ella, seguro, está la respuesta.



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3 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Cuando tenía 14 años pasé una vacaciones inolvidables...por aquella época quería ser bailarina. Al final del verano, un amigo me escribió algo que decía más o menos así: "la música suena...los músculos se tensan...la sangre fluye deprisa por las venas...el corazón late deprisa...y comienzas a bailar...bailar...bailar...
no abandones nunca...y si lo haces, déjalo todo... menos el corazón que te ha movido"

Un beso fuerte

11:10 p. m.  
Blogger Sintagma in Blue said...

Ojalá fuese tan sencillo encontrar las respuestas a nuestra vida. Eso sí, coincido en la admiración por El Padrino.

besos in blue

7:26 a. m.  
Blogger José Antonio de Cachavera said...

Yo leí El Padrino cuando tenía 13 ó 14 años. Varias veces. Fué mi libro favorito varios años. Allí encontré un análisis detallado de caracteres humanos, aprendí rápidamente de la vida cuando más lo necesitaba, cuando me abría a ella.

Muchos años más tarde vi la película. La primera vez me decepcionó porque no era "mi Padrino", es decir, Sonny no tenía la cara de Sonny (yo me lo imaginaba moreno, pelo rizado, labios carnosos, ojos oscuros, manos enormes, hombros macizos... en fin, otro), Connie no era Connie, etc. Las veces siguientes tuve que olvidar mi historia y aceptar la de Coppola, que es el que hizo la película. Pero siempre me gustó menos que el libro, por tópico que parezca (y que no siempre me ha pasado, por cierto).


Está bien que busques respuestas en El Padrino, como estaría bien que las buscases en el Tercer Hombre, en Casablanca o en Shrek, dependiendo de la fuente de inspiración que más te apetezca.

Paro, como siempre, la vida la trazamos con nuestras decisiones que son lo único en lo que podemos influir. Y la solución que adoptes es tan importante como el que seas tú el que lo hagas y las razones que barajes para tomarla: que sean buenos tus fines y tus medios. Que algún día la puedas explicar a tus hijos lo que hiciste y por qué lo hiciste.

Suerte. Y las cañas también son un buen medio de decisión, merluzo.

Abrazos

10:23 a. m.  

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