18 enero, 2006

SI DAVID NIVEN LEVANTARA LA CABEZA...

Leo con desolación que han robado una escultura de Henry Moore de su propia fundación en la ciudad de Hadham, al norte de Londres. Gran pérdida para el mundo del arte...

La figurilla en cuestión es de bronce y está valorada en cuatro coma cinco millones de euros.

Sorprendente...

Sorprendente porque la "figurilla" en cuestión pesa treinta y ocho toneladas (¡¡¡Treinta y ocho mil kilos!!!) Vamos, que no entró el tío por la puerta y, burlando las cámaras de seguridad, se la metió bajo el abrigo (como si se de un fuet del Mercadona se tratara) y salió del museo por debajo del arco de seguridad sin que éste sonara... ¡¡¡Nooo!!! Los ladrones utilizaron una grúa de gran tamaño para llevarse la pieza en cuestión... Que falta de todo.

Se está perdiendo la profesionalidad incluso en este negocio. Amigos de lo ajeno bestias ha habido siempre, sin embargo los ladrones de arte eran otra cosa: el David Niven de La Pantera rosa, el Pierce Brosnan del Secreto de Thomas Crown, el Cary Grant de Atrapa a un ladrón o la Catherine Zeta Jones de La Trampa, el profesional de la mangucia artística tenía que estudiar el terreno, vestirse de negro y convertirse en acróbata la noche de autos. Lo importante no era llevarse el trofeo en cuestión. Lo importante es que ni un solo guardia advirtiera siquiera que una mosca cruzaba la sala del tesoro... Después se entregaba la mercancía al coleccionista en un paraíso fiscal desconocido y a vivir tranquilamente en Montecarlo o en una isla perdida del Pacífico. Sí señor. Eso era arte.

Hoy en día cualquier gañán va un día al museo, advierte que los guardias pertenecen al sindicato de la ONCE y vuelve a la mañana siguiente con un toro mecánico. ¿Dónde ha quedado aquella frase mítica de... Sincronicemos nuestros relojes? ¿Dónde aquellos rayos láser de color rojo con sensores de movimiento en el suelo? ¿Dónde aquel romanticismo del ladrón de guante blanco que sabía más de arte que el propio director del museo...?

Yo siempre quise ser ladrón de obras de arte. Planear minuciosamente el robo del siglo. Convertirme en un tipo culto, aristocrático, burlón y con doble vida. Currarme ese porte atlético que se requería para el ejercicio de la profesión y así de paso entusiasmar a las féminas. Deslizarme en mitad de la noche por paredes imposibles y sortear trampas de todo tipo habiendo estudiado durante semanas las cámara acorazadas en que se han convertido las salas de un museo... Robar casi por deporte, ya que habitualmente el tipo era rico, y el fruto de mi trabajo nocturno colgarlo en el salón de mi mansión para el disfrute solamente de mis ojos. Hoy leo que todo eso es una quimera...

Nuestra civilización se hunde.

Antes el ladrón de arte tenía que ser primero artista. Ahora basta sólo con que sea mozo de almacén...

3 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Como decían en aquel anuncio de antaño: ¡¡Guerra a la vulgaridad!!

(Eres genial)

P.S

10:10 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

¡y qué me dices de la estatua esa que ha desaparecido de un depósito y nadie sabe dónde está! Eso ha sucedido aquí cerca: en el Reina Sofía.
Tu reflexión me ha recordado un robo sucedido en la España rural (c. 1969). Alguien se afanó ¡seis vacas! Del ladrón nunca se supo y de las rumiantas tampoco.
De este modo, además, no se ha podido esyablecer cómo diablos se llevaron las seis vacas del establo. Es decir: no hay bibliografía al respecto
Saludos de Anónimo Venenciano

10:15 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

¿Esta pérdida de sublime gusto y refinamiento será directamente proporcional al aumento de catetos e iletrados que pululan con la estrella de periodista o político?

Churno

6:21 p. m.  

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