23 noviembre, 2005

¿QUIÉNES SOMOS? ¿DE DONDE VENIMOS?... ¿QUÉ TE APUESTAS?

Son las tres grandes preguntas que todos nos hemos hecho alguna vez. Y las respuestas a las tres, dan la medida del ser humano.

Según podido comprobar en Internet, los humanos apostamos a cualquier cosa. Desde el color del traje de boda que llevaría Camila Parker Bowls el día de su enlace con Charles hasta el autor del primer tanto en el derby de la liga local de bolos de Belice. Cuanto mayor es la estupidez a la que juegas, más interés, más gusanillo se le forma a uno en el estómago.

Yo mismo he apostado a gilipolleces. Sin ir más lejos, un amigo se jugó conmigo que era capaz de meter en su boca una tableta efervescente y aguantar su efecto espumoso sin abrirla. Fue acojonante ver las caras que ponía. Casi acabamos en urgencias... pero gané.

Es impotante también lo que uno se deja en el envite. He oído historias de gente que se apostaba cualquier cosa: desde el carajillo mañanero hasta su familia, hijos incluidos. Y por suerte para algunos, perdieron.

Pero todos hemos hecho esa clase de estupideces. Yo mismo me aposté una vez mi más preciada “chapa” de Los Beatles a que Real Madrid del Buitre ganaría al todopoderoso y mítico Milán de Arrigo Sachi en la Copa de Europa. Perdieron cinco a cero. Un gol por cada uno de los de Liverpool más uno de propina por George Martin, su manager.

Pero acabo de escuchar por la radio la apuesta definitiva...

El padre de Urtain, aquel mítico boxeador bilbaino apodado el Morrosco, se apostó en una tasca del País Vasco que era capaz de aguantar que un tipo se lanzara sobre su estómago desde la barra del bar, treinta veces seguidas. Ni una ni dos... treinta... Sí señor, eso es un tío de Bilbao. Se pusieron manos a la obra, o mejor sería decir pies... A la dieciséis su estómago dijo basta... y se murió. Sí, sí. Se murió. Se quedó a catorce caídas de ganar. Si hubiera dijo diez habría llevado el gato al agua pero está claro que no era del mismo Bilbao. Es la prueba de que hay gente que no sabe apostar.

La moraleja: cuando se trata de apuestas, la estupidez humana no tiene límite.

P.D. Descanse en paz el pobre señor.