02 agosto, 2006

DE ROZONES Y GOLPES

" No sois vuestra cuenta corriente.
No sois el coche que tenéis,
ni el contenido de vuestra cartera..."

Jim Ulhms en "EL CLUB DE LA LUCHA" (1999)



Hace dos semanas me compré un coche nuevo. Como era más grande que el que tenía tuve que cambiar de plaza de garaje. Estaba más contento que mi hijo cuando le regalo una de esas miniaturas, maquetas de esos modelos que nunca podré tener a menos que Dios me dicte al oído una de esas series de mega-éxito y, de paso, también me dé el contacto del tipo de la cadena de televisión al que se la tengo que vender.

El caso es que esta mañana a la hora de salir, no calculé bien el espacio por uno de los laterales y le hice un rozón con una barandilla en una de las puertas. Como la maldita es de color rojo, parecía que le había hecho una herida a mi coche nuevo. Al principio estaba jodido. Lo reconozco. Y me jodía aún más que me jodiera. Siempre me he metido con esos tipos que sienten las cosas que les pasan a su coche como si las sufrieran en su propia piel. Un coche es solo una máquina. Una máquina que te trae y te lleva. No hay que tener sentimientos por él. Pero me he dado cuenta de que me engañaba: yo antes tenía un escarabajo (¡mi viejo escarabajo!). Con él aprendí todo lo que sé. El se llevó también todas mis ignorancias y mis inseguridades en la carretera. Nunca le di un golpe, pero tampoco me preocupó. Me había hecho a la idea de que él estaba allí para apechugar con mis fallos… Así que no voy a engañarme: después de trece años le quiero como a uno de la familia porque me ayudó a crecer y es de bien nacido ser agradecido… aunque sea con una máquina.

Sin embargo, yo ahora pensaba que ya lo sabía todo. Mi coche nuevo iba a quedarse brillante, flamante, oliendo a nuevo para siempre… Y esta mañana, esta maldita mañana, esa herida roja en su lateral le chillaba a todo el mundo que su dueño era un maldito inútil, un novato que había escamoteado la L en la luneta trasera. Vociferaba a todos los que circulaban a mi lado que ese tipejo que iba al volante, ya le había hecho un rayajo a ese precioso modelo de menos de un mes de vida.

¡Gritaba al mundo entero mi propia incapacidad…!

Como soy un obsesivo compulsivo, de camino por la Castellana, no he podido evitarlo y me iba fijando en todos los coches que paraban a mi lado. De repente, he caído en la cuenta. Es increíble. Todos tienen rozones. Pero todos. Algunos incluso golpes. He entendido entonces algo en lo que no había reparado nunca: nadie, absolutamente nadie, a menos que acabe de salir del concesionario, lleva la carrocería impoluta.

He pensado entonces que son los coches son como las personas. Todos llevamos rozones. Rozones en el alma, muchas veces incluso golpes que no han sido reparados, arañazos de decisiones erróneas, rayajos fruto de que una vez calculamos alguna vez mal la distancia… y chocamos. Sentimos vergüenza porque son el escaparate vivo de nuestra novatez en la vida. Y sentimos que los demás pueden verlos con solo mirarnos… Pero no. Esos rayajos en el alma son invisibles a aquellos que caminan a nuestro lado porque cada uno tiene los suyos y nunca nos fijamos en los de los demás. Solo conocemos su ubicación aquellos que conducimos el cuerpo… o el coche. Así que seguimos circulando por la calle porque hasta nosotros terminamos olvidándonos de nuestros propios rozones. Caminamos con ellos hasta el momento que llegue un buen chapista que vuelva a dejarlo como nueva la carrocería. Pero será efímero. Pronto volveremos a hacerle nuevos rozones…

La única solución para no volver a rayarlo es dejarlo encerrado en un garaje y no sacarlo jamás a la calle. Como esos coches que duermen bajo una lona oscura con la matrícula pintada… Pero eso no es vivir. Vivir es pasar por puertas estrechas, golpearnos con barandillas, circular por calles embotelladas, aguantar el claxón de los nerviosos, pisar a fondo en las autopistas… y hacernos rozones.

Los rozones nos recuerdan que estamos vivos...

8 Comments:

Blogger Princesa said...

¡Enhorabuena por su coche nuevo!!!

Yo, después de hacerme verdadera ilusión cada vez que tenía un coche nuevo, y esto ha sido en tres ocasiones..., realmente no volveré a comprarme uno hasta que no se me caiga de "rozones" y de viejo.

Que conste que te entiendo.

Lo que has contado respecto al símil con la vida, me ha recordado a esas personas "superperfectas" que parece que siempre esquiven los rozones. Hace mucho tiempo que dejaron de hacerme sentir acomplejada.

Un abrazo

8:42 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

Yo también era de las que prefería tener el coche aparcado...a salvo de los golpes...pero un día de sol lo saqué del garaje y delante de mí apareció una autopista..podía ir a 200...así que decidí probar...que me quiten lo bailao...la sensación de velocidad es maravillosa...

Un beso fuerte

9:46 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

Siempre es mejor que tú mismo te hagan el rozón a que te lo hagan los demás, como es costumbre cada vez que algún desaprensivo ve un coche nuevo. Y, por desgracia, hay muchos de esos. Además, lo hacen con todo el conocimiento de joder al dueño del coche y con toda la intención. Esto también te sirve para tu simil con la forma de vivir la vida.
Un beso

10:30 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

Mi estimado Pedro, ¡enhorabuena! y bienvenido al club de los rozados. Mucho antes de lo del carnet por puntos, en mi casa, inventamos una valoración "por puntos" de los roces y accidentes. 1.500 puntos era un bollo importante en puerta, por ejemplo. Un rozado profundo, transversal, con pérdida de pintura, que abarcaba dos puertas, eran 500 puntos... ¿El suyo cuántos son?
Le ruego que, lejos de desmoralizarse, me deje enseñarle mi coche, que este años cumple trece años de abnegado servicio, lleno de "marcas" de la vida, discretamente ocultas como he podido, porque en todos estos años no le he llevado al chapista ni una sola vez. Será porque en vidas anteriores (es decir mis coches de antaño, que han sido tres) tuve todo tipo de encuentros con columnas de garaje de anuncio, cajas de mangueras, otros coches e incluso puertas de garajes (tanto en lateral como en frontal y techo). No privándome de nada, pues, soy un experto. Quedo a su disposición como balsámico imperecedero. ¡Ah! Y ante la vista de autor impoluto, virgen, limpio, solo se me ocurrió arrodillarme y gritar !Alá es grande!, porque en este vida no hay que ser envidioso ni desear el coche del vecino (aunque sea del quinto, o ático en su caso).
Suyo en lamentaciones de Jeremías, pero luengo en esperanza de la salvación de carrocerías
Anónimo Venenciano

11:06 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

De su serenísimo perdón, ruego disculpe mis yerros en la escritura anterior (por ejemplo el fatídico leismo cometido). Escritura y carrocería merecen medir bien las distancias. Y, como lee, esta mañana no estoy afortunado.
Suyo,
A. Venenciano

11:10 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

¡Dios!, qué mañana... Donde digo "autor", quiero decir "auto".
Usted me disculpe bien.
A.V.

11:24 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

Pedro no te preocupes el que duele es el primero,
luego uno se acostumbra, y eres capaz de llevar el coche echo un cristo,
y como dice Marga te subes al coche y no ves si tienes golpes o no.

juan

2:10 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Cuanto más arregles los rozones más tendrás y te obsesionaras pero hay un viejo truco para no hacerse muchos... más que un truco es una leyenda pues no es seguro pero hay quien asegura que funciona: no repares todos los rozones; no intentes limpiar esas cicatrices como si nunca hubieran existido tras el paso de un buen cirujano pástico que engaña el paso del tiempo... deja alguno ahí, para que la puedan ver, para que te reconozcan, y como un viejo pirata, sea más una señal de status que intimide a las malditas columnas y bolardos de nuestra metrópolis y así, nos dejen por mucho más tiempo sin nuevas heridas.

Churno.

11:09 a. m.  

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