20 julio, 2008

COCKTAIL DE GAMBAS

"Soy un buen tiburón,
no una máquina de comer,
si quiero cambiar esa imagen,
primero debo cambiar yo...

Los peces son amigos no comida."

A.Stanton, B.Peterson y D.Reinolds en BUSCANDO A NEMO (2003)


Hablando en un anterior post sobre tiburones, dos de nuestros parroquianos (Cacha y Wilson) dieron fe de sus encuentros con sendos escualos en distintos mares de este planeta nuestro por los que se habían zambullido. Incluso adelantaron que tenían testimonio gráfico de tal suceso, cosa que me pareció de gran valentía pues no puedo ni siquiera imaginar como alguien puede pensar en hacer una foto en el momento que un pescado, de varias toneladas de peso y con una boca con varias filas de dientes, se dirige hacia uno. A buen seguro que se nos pone una cara de cocktail de gambas... Ante mi demanda de que nos enseñaran las instantáneas de tan increíble momento, Wilson me envió hace pocos días dicha fotografía. Convengo que no pensé que el pez había pasado tan cerca de su persona y aún no entiendo como, a la vista de la postal, no vió pasar toda su vida ante sus ojos como una película... Claro que si esa película es Tiburón y uno la está viviendo en primera persona, no creo que uno tenga cuerpo de más historias...

Reproduzco con su permiso el mail que me remitió así como el documento gráfico para deleite de los presentes...

Un saludo a todos.



TIBURONCETES PUBLICATIO

Mi señor don amigo,

acá vamos con el tiburoncillo fotografiado. Sobre cómo se obtuvo la foto puedo contarle tres historias, la primera, la verdadera, es absolutamente desempalmante. No vale ni para una comedia de Colomo. La segunda es muy épica, parece de película de Spielberg. No se la creería y tendría usted to
da la razón en ello. Así que vayamos con la tercera, que es una verdad a medias (bueno, dejémosla a tercios): terminaba yo una inmersión, en el verano de 1996, junto al dr. Álvarez, un amigo de ley, "botánico del mar" y coreano (por parte de madre), que como tiene el sentido del humor de mamá, me había tenido cuarenta y cinco minutos (pero que parecían noventa), fotografiando matorrales a unos treinta metros. Además, habíamos hecho acopio de todo tipo de algas, musgos, líquenes y qué se yo, cargadas en abultadas redes, que tiraban de nosotros como plomada. Maldecía yo mi estampa y la de la madre que parió al dr. Álvarez, con aire en la mitad de la reserva y la 3/3 sin hacer, (la 3/3 no es postura del Kamasutra sino la parada de seguridad que hacemos todos los buceadores durante 3 minutos a 3 metros). Cuando no se tiene aire en la botella, maldecir no sólo no sirve de nada sino que gasta. Así que me serené y me dejé flotar, entre cinco y tres metros para desnitrogenar. ¡Qué descanso! ¿No? Pues no. Álvarez se puso como aspaventoso basilisco acuático. -Este se ha quedado sin aire- me dije -toca un calumet- (que no es peligroso, pero sí un coñazo). Tampoco. ¿Usted ha leído Tintín en el Tibet? Cuando el capitán Haddock cree haber visto al Yeti y empieza a gritar ¡el yeto, ese, el teti, el seti, el yate..!, etc.. y así hasta atinar con el nombre correcto... Pues eso le pasaba al bueno de Álvarez, pero a cinco metros de profundidad. Por fin caigo qué me quiere decir. Veo una masa con aleta dorsal que nada hacia nosotros, de abajo hacia arriba y que se estabiliza a nuestro frente: ¡un tiburón!, ¡te cagas! (casi literalmente). Álvarez escribe frenético en su tablilla y me la enseña al revés (los nervios). Allí pone "J. Milberto foto!" O sea que el bicho era un viejo conocido de mi amigo y no había que tener miedo sino sólo fotografiarlo. La cosa estaba clara, el de la cámara era yo, mi amigo era el jefe, aquello champán, ¡feliz navidad! En un valeroso arrebato de valor no retrocedí un ápice. Pero acordándome de que los combatientes en la siguiente batalla son los que escapan de la anterior, tampoco avancé. Me limité a poner la lente zoom en 70mm y estirar los brazos todo lo que me permitía mi naturaleza. Aunque lamenté no ser mono la cosa funcionó. Lancé un disparo, dos, tres. El bicho, muy lentamente, seguía en ruta de colisión hacia nosotros. Así que adopté la recomendación trece contra escualos reticentes: ponga el cuerpo "en estrella" y cante a voz en cuello lo que más ruido haga. ¿Funcionó? No lo sé. Antes de empezar con Bella figlia dell´amore y de que me diera el calambre, por la posturita, el requino viró a babor y con una celeridad medida (probablemente para que no pensáramos que huía) se fue a explorar las profundidades. ¡Con un par! (porque además nos pareció que era macho).

Me espetó Álvarez, cuando me ayudaba a salir del agua, y del calambre, que qué lástima de foto. -¡Hombre, haberte acercado tú!-. No era eso, una foto mía, me dijo, porque parecía una esvástica, ¡ni Ester Williams!
Luego, cuando indignados y acelerados nos reponíamos del susto-disgusto (parecíamos el padre de Ninette, cuando se enfada porque en la Embajada no le niegan el pasaporte), le pregunté por qué sabía que el animalico se llamaba J. Milberto, y que la jota era ¿Juan, José, Jacinto, Javier, Jaime..? Álvarez me miró con esa cara de su madre, que se le pone cuando no entiende a estos occidentales: Carcharhinus plumbeus, Jaquetón de Milberto, tiburón gris...
Otro día le preguntaré si Milberto fue el primero que recibió un mordisco de uno de esos.

Suyo

Náutico Wilson


Pues a mi me parece igualito que el de la peli de Tiburón...